Qué aficionado –en especial los ochenteros- no recuerda con delicia aquella película "Escape a la Victoria", en la que en el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial los malos más malos en toda la historia de la humanidad (como nunca los hubieron y ojalá nunca los vuelvan a haber) no pudieron, pese a sus mala artes, con los buenitos de la película en una suerte de épica batalla librada en un campo de fútbol... algo que en realidad se dio en la realidad, aunque no con un final tan feliz sino más bien trágico...
Los malos, ¡cuándo no!, eran los nazis quienes habían ideado a llevar a cabo un partido de fútbol entre la selección del Tercer Reich versus una selección de soldados aliados prisioneros. El partido a jugarse en el legendario estadio Colombes (en el que se jugara el mundial de Francia 38), sería dirigido por un árbitro parcializado con los alemanes, sin embargo el equipo de los buenos contaba –como no podía ser de otro modo- con muy buenos jugadores; entre ellos el propio Pelé -quien lesionado y todo, debido a una jugada artera de los jugadores nazis, se hace un golazo de chalaca (o chilena, según sea el gusto del lector).
Recursos hollywoodenses
También jugaba por el equipo aliado el argentino Oswaldo Ardiles (campeón en Argentina 78) –quien le hace una portentosa bicicleta a la saga hitleriana-, el gran capitán inglés Bobby Moore (campeón en Inglaterra 66) y hasta el malazo de Silvester Stallone quien, sabe Dios cómo, sin nunca haber jugado fútbol en su vida, se convierte en un arquerazo. Nada de esto impide, sin embargo, que los nazis, la emprendan a patadas contra los virtuosos jugadores aliados, con la anuencia del “imparcial” árbitro suizo.
Los espectadores, indignados ante tanta injusticia entonan La Marsellesa –el hermoso himno nacional de Francia-, animando con ello a los aliados, quienes logran empatar el partido. Pero el referee tenía sus propias instrucciones y en el último minuto decreta un tiro penal en contra de los aliados. Frente a la pelota se coloca “el gran Bauman”, quien poco antes de ejecutar la falta es trabajado “psicológicamente” por el inefable Rocki, que al final logra atajar el balón (decretándose finalmente un muy conveniente empate entre los malos y los buenos), ante la algarabía de la afición que poblaba las graderías del estadio de Colombes, la que al final ayuda a fugar los jugadores aliados, felices de que los canallas nazis no se hayan salido con la suya y… colorín colorado.
También jugaba por el equipo aliado el argentino Oswaldo Ardiles (campeón en Argentina 78) –quien le hace una portentosa bicicleta a la saga hitleriana-, el gran capitán inglés Bobby Moore (campeón en Inglaterra 66) y hasta el malazo de Silvester Stallone quien, sabe Dios cómo, sin nunca haber jugado fútbol en su vida, se convierte en un arquerazo. Nada de esto impide, sin embargo, que los nazis, la emprendan a patadas contra los virtuosos jugadores aliados, con la anuencia del “imparcial” árbitro suizo.
Los espectadores, indignados ante tanta injusticia entonan La Marsellesa –el hermoso himno nacional de Francia-, animando con ello a los aliados, quienes logran empatar el partido. Pero el referee tenía sus propias instrucciones y en el último minuto decreta un tiro penal en contra de los aliados. Frente a la pelota se coloca “el gran Bauman”, quien poco antes de ejecutar la falta es trabajado “psicológicamente” por el inefable Rocki, que al final logra atajar el balón (decretándose finalmente un muy conveniente empate entre los malos y los buenos), ante la algarabía de la afición que poblaba las graderías del estadio de Colombes, la que al final ayuda a fugar los jugadores aliados, felices de que los canallas nazis no se hayan salido con la suya y… colorín colorado.
En realidad sí ocurrió, pero…
En una de las secuencias del film, el locutor que narra las incidencias del partido manifiesta: “En el futuro, tal vez muchos lleguen a dudar que el encuentro que ahora estamos observando realmente tuvo lugar…”. Bueno, en realidad sí ocurrió… pero no como lo cuenta la película, con aquellos recursos narrativos tan propios de la industria hollywoodense.
En realidad sí hubo un partido de fútbol entre los malos y los buenos durante la Segunda Guerra Mundial, algo típico del órgano de propaganda nazi, que, entre otras cosas, había creado una “ciudad de ensueño” en el campo de concentración de Theresientadt, en la que, supuestamente, los judíos eran muy dichosos, filmándose incluso un documental: “El furher entrega una ciudad a los judíos”.
En una de las secuencias del film, el locutor que narra las incidencias del partido manifiesta: “En el futuro, tal vez muchos lleguen a dudar que el encuentro que ahora estamos observando realmente tuvo lugar…”. Bueno, en realidad sí ocurrió… pero no como lo cuenta la película, con aquellos recursos narrativos tan propios de la industria hollywoodense.
En realidad sí hubo un partido de fútbol entre los malos y los buenos durante la Segunda Guerra Mundial, algo típico del órgano de propaganda nazi, que, entre otras cosas, había creado una “ciudad de ensueño” en el campo de concentración de Theresientadt, en la que, supuestamente, los judíos eran muy dichosos, filmándose incluso un documental: “El furher entrega una ciudad a los judíos”.
El Dínamo Kiev
Dueños de casi todo el Viejo Continente, los nazis buscaban ahora que asentar su poderío en Europa Oriental, no tardaron entonces (en el verano de 1942) a llegar a la ciudad ucraniana de Kiev -que formaba parte de la Unión Soviética. Ahora bien, Kiev era la cuna de uno de los mejores equipos de fútbol de la preguerra y a las fuerzas de ocupación no se les ocurrió otro modo de minar la moral de los ucranianos humillando al que constituía su orgullo nacional.
En pleno verano de 1942, la otrora próspera ciudad de Kiev presentaba un aspecto ruinoso, luego de los combates que se habían librado antes de la rendición del Ejército Rojo soviético. Nada de ello no obstante, ni el estruendo causado por la artillería alemana o los frecuentes bombardeos aéreos impedían a los futbolistas del popular equipo “Dínamo Kiev”, seguir llevando a cabo sus habituales entrenamientos en el estadio del club Zenith.
Dueños de casi todo el Viejo Continente, los nazis buscaban ahora que asentar su poderío en Europa Oriental, no tardaron entonces (en el verano de 1942) a llegar a la ciudad ucraniana de Kiev -que formaba parte de la Unión Soviética. Ahora bien, Kiev era la cuna de uno de los mejores equipos de fútbol de la preguerra y a las fuerzas de ocupación no se les ocurrió otro modo de minar la moral de los ucranianos humillando al que constituía su orgullo nacional.
En pleno verano de 1942, la otrora próspera ciudad de Kiev presentaba un aspecto ruinoso, luego de los combates que se habían librado antes de la rendición del Ejército Rojo soviético. Nada de ello no obstante, ni el estruendo causado por la artillería alemana o los frecuentes bombardeos aéreos impedían a los futbolistas del popular equipo “Dínamo Kiev”, seguir llevando a cabo sus habituales entrenamientos en el estadio del club Zenith.
Los predecesores de Chevchenko
Entre quienes descollaban en el Dínamo de Kiev (muchos, muchos años antes de la aparición del goleador Andriy Chevchenko), estaban el guardameta Nikolai Trusevich, el zaguero Nikolai Korotkykh, el volante Nicolai Korotkykh y los delanteros Makar Goncharenko e Ivan Kuzmenko, este último, goleador del equipo. Todos ellos constituían la columna vertebral del equipo más popular de la ciudad de Kiev.
Pero los futbolistas se quedarían sin equipo al imponerse la ley marcial. El avance de las tropas nazis impuso que el alto mando del ejército invasor haga de la ciudad de Kiev un gigantesco campamento a fin de continuar su avance en forma gradual hacia la ciudad de Moscú. De ese modo, los estadios de fútbol fueron confiscados siendo convertidos en cuarteles para las waffen o ejército alemán.
Entre quienes descollaban en el Dínamo de Kiev (muchos, muchos años antes de la aparición del goleador Andriy Chevchenko), estaban el guardameta Nikolai Trusevich, el zaguero Nikolai Korotkykh, el volante Nicolai Korotkykh y los delanteros Makar Goncharenko e Ivan Kuzmenko, este último, goleador del equipo. Todos ellos constituían la columna vertebral del equipo más popular de la ciudad de Kiev.
Pero los futbolistas se quedarían sin equipo al imponerse la ley marcial. El avance de las tropas nazis impuso que el alto mando del ejército invasor haga de la ciudad de Kiev un gigantesco campamento a fin de continuar su avance en forma gradual hacia la ciudad de Moscú. De ese modo, los estadios de fútbol fueron confiscados siendo convertidos en cuarteles para las waffen o ejército alemán.
El partido de la muerte
Sin embargo, nada de ello impidió al Dr. Joseph Goebbels, jefe del órgano de propaganda nazi maquinar un plan para darle a esos ucranianos donde más pudiera dolerles. Ordenó entonces que se reuniera a los jugadores del Dynamo que yacían dispersos por toda la ciudad de Kiev a fin de que participaran en un campeonato de fútbol del que debían tomar parte también los equipos de fútbol del ejército, la aviación y la marina alemanes.
Los muchachos del Dynamo Kiev pensando que a cambio de comida y buen trato únicamente se verían obligados a jugar al fútbol se prepararon a conciencia para ofrecer como siempre un buen espectáculo. No obstante, momentos antes de saltar a la cancha del Kerosina Stadium, el “FCT Start” (nombre con el cual había sido rebautizado el equipo), un alto oficial alemán los visitó en el camerino, se trataba del General Eberhardt, jefe de las fuerzas de ocupación nazis en Kiev, en primer término los felicitó por su magnífico nivel de juego y porque eran sin duda orgullo de su hermoso país, agregando finalmente: “Espero que aprecien el buen trato que han recibido hasta ahora, y espero que valoren también su propia seguridad”.
El mensaje no podía ser más obvio: era una descarada invitación a dejarse ganar… de otro modo era casi un hecho de que fueran pasados por los armas. Sin embargo, los jugadores del Dynamo salieron a jugar como siempre y endilgaron una humillante derrota al equipo de fútbol de las Waffen (ejército alemán), haciendo lo mismo en los partidos siguientes, pese a las amenazas de los nazis.
¡Fusílenlos!
Tal fue la orden dada por el general Eberhardt, de ese modo irían cayendo el delantero y goleador Iván Kuzmenko, el elegante zaguero Olexiy Klimenko, aquel mismo que había tenido el atrevimiento de llevarse a medio equipo, en el partido contra la selección del Ejército Alemán y desde luego, el líder del equipo, el arquero Nycola Trusevich.
Camino al paredón, empujados a la mala por los guardias del campo de concentración en el que habían sido confinados, las ex estrellas del Dynamo caminaban a duras penas rumbo a la eternidad. A fin de que el fusilamiento sirviera de escarmiento, todos los prisioneros del campo de concentración de Siretz fueron formados en el patio. Entonces, los tambores comenzaron a redoblar.
El barranco de la abuela
Al abrirse el portón de la barraca donde yacían prisioneros las ex estrellas del Dynamo Kiev, todas las miradas se posaron en la figura gigantesca del arquero Nycola Trusevich, quien llevaba puesta la camiseta número uno que durante semanas había vestido antes de cada partido contra los nazis. Los tres fueron atados al paredón, ninguno de ellos aceptaría que se le cubran los ojos.
Antes de que el oficial ordenara abrir fuego en contra de los infortunados futbolistas, el arquero Trusevich alcanzó a gritar: ¡El deporte nunca muere!, luego el estampido de los fusiles acalló para siempre las voces de los héroes del Dynamo de Kiev. Luego, sus cuerpos serían trasladados hasta las afueras de la ciudad, un lugar llamado “Babi yar”, en castellano: “El Barranco de la abuela”, junto a miles de judíos, víctimas también del régimen nazi.
Al abrirse el portón de la barraca donde yacían prisioneros las ex estrellas del Dynamo Kiev, todas las miradas se posaron en la figura gigantesca del arquero Nycola Trusevich, quien llevaba puesta la camiseta número uno que durante semanas había vestido antes de cada partido contra los nazis. Los tres fueron atados al paredón, ninguno de ellos aceptaría que se le cubran los ojos.
Antes de que el oficial ordenara abrir fuego en contra de los infortunados futbolistas, el arquero Trusevich alcanzó a gritar: ¡El deporte nunca muere!, luego el estampido de los fusiles acalló para siempre las voces de los héroes del Dynamo de Kiev. Luego, sus cuerpos serían trasladados hasta las afueras de la ciudad, un lugar llamado “Babi yar”, en castellano: “El Barranco de la abuela”, junto a miles de judíos, víctimas también del régimen nazi.
El último homenaje
Hoy, en las afueras del moderno estadio Zenith, donde antes existiera el antiguo escenario de las proezas futbolísticas de los jugadores del Dynamo Kiev se ha levantado un monumento que perpetúa su memoria con una inscripción que reza: “A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi”.
Mucho se ha dicho de esta historia, pero sin duda lo más valedero y verdadero quedó registrado en las palabras del último sobreviviente de aquel partido: el lateral izquierdo Makar Gorachenko, quien antes de fallecer confesó al periodista inglés Andy Dougan: “Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala”.
Posteriormente, Andy Dougan publicaría un libro basado en sus investigaciones sobre la suerte corrida por los infortunados jugadores ucranianos: "Dinamo: Defendiendo el honor de Kiev".
Hoy, en las afueras del moderno estadio Zenith, donde antes existiera el antiguo escenario de las proezas futbolísticas de los jugadores del Dynamo Kiev se ha levantado un monumento que perpetúa su memoria con una inscripción que reza: “A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi”.
Mucho se ha dicho de esta historia, pero sin duda lo más valedero y verdadero quedó registrado en las palabras del último sobreviviente de aquel partido: el lateral izquierdo Makar Gorachenko, quien antes de fallecer confesó al periodista inglés Andy Dougan: “Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala”.
Posteriormente, Andy Dougan publicaría un libro basado en sus investigaciones sobre la suerte corrida por los infortunados jugadores ucranianos: "Dinamo: Defendiendo el honor de Kiev".