jueves, 4 de febrero de 2010

"Adiós a la carne"

Qué distinto es el mundo cuando se tiene 20 años… era feliz, lo tenía todo… faltas de ortografía por doquier y no pocas ilusiones… tenía un amigo y muchos sueños… soñaba con ser un Cervantes, un Ricardo Palma redivivo… un "fénix de los ingenios"... me declaraba de rodillas y con una rosa entre los dientes… felices mis horas eternas de ratón de biblioteca en San Isidro… soñando entre los rugosos árboles de olivo con la gloria literaria… en buen amor y compañía y al calor de un buen vino. Yo era Enrique Sol y me batía a espada cruzando mi acero en duelos inauditos… soñaba con amores imposibles… y llevaba el antifaz en las principescas y alegres mascaradas del carnaval... felices aquellos años sí… recuerdo feliz mi primera nota sobre el “Adiós a la carne”: “El Carnaval”. Luego escribiría otras versiones mejoradas, corregidas y aumentadas sobre el tema… pero esta es valiosa tal y cual fue pergeñada, porque me recuerda quien fui… lo iluso que era… lo feliz que solía ser… dueño tan sólo de mi lápiz y una resma de papel.

Su origen se pierde en la noche de los tiempos
¡La inmemorial fiesta de los carnavales!

Revista Gente
Nº 574
A mi gran amiga... Sarita del Carmen García Arce... una dama a cual más hermosa y brillante (Atenea encarnada en Venus), en la exhuberante y lejana Tarapoto.


Cuéntase que los dioses de Olimpo no podían gozar de un solo momento de paz; ya le saboteaban el trabajo en la fragua a Vulcano, ya le doblaban las puntas del tridente a Neptuno o le echaban a perder los amoríos a Venus. Cansados de tantas tropelías, las deidades decidieron darle un escarmiento al bromista y fue así que Momo, el dios de la burla fue condenado a emigrar a la tierra... sentando sus reales entre los mortales. Hoy muchos pueblos del mundo suelen rendirle pleitesía, con mejor o peor gusto; desde las coloridas escuelas de zamba que recorren las calles de Río de janeiro, hasta quienes hoy se trenzan en batallas callejeras con agua.


Adiós a la carne
Desde épocas remotas los seres humanos solían dedicar una época del año a abandonar todo convencionalismo y entregarse a las actitudes más excéntricas. Así es como se explicaría en la cultura grecorromana el origen de festividades como como las Saturnales (en honor a Saturno o Cronos, dios del tiempo), las Bacanales (por Baco, dios del vino, verdaderas orgías ciertamente) y las Lupercales (en honor al pastoril dios Pan) que a la postre serían predecesoras de aquella celebración que con el tiempo sería conocida como el "Carnaval" (del latin carnevalarium) voz que traducida del latín al castellano quiere decir "Adiós a la carne". Pero en realidad el origen de estas festividades se sitúa en épocas muy anteriores al mundo grecorromano, en las culturas sumeria y egipcia, hace más de 5000 años. En todos estos caso el carnaval estuvo muy ligado a la religiosidad de estos pueblos antiguos.

El baldazo (reminiscencia gay...)

La peculiar costumbre de echarse agua entre sí (hoy tenida por un lamentable exceso para algunos... y algo muy propio para otros), tuvo su origen en la Francia del siglo XVI, durante el reinado de Enrique III, quien acompañado de sus "mignons" (que no eran sino jovencitos súmamente pefumados y maquillados vestidos cual damiselas), recorrían las calles de Paris echando cubetazos de agua a sus súbditos. Esto a los ojos de los embajadores de otros países les hacía preguntarse si dicha costumbre no tendría su origen en la poco limpia costumbre parisiense de no bañarse... y no andaban muy descaminados por cierto, puesto que al menos en París todo el mundo evitaba meterse a las aguas del río Sena, dada la insalubridad de sus aguas.
A mediados del siglo siguiente otro rey de Francia, Luis XIV, llamado "el rey Sol", se haría célebre por hacer de su país el más hambriento pero curiosamente el más alegre de Europa, puesto que ordenó que las fiestas del carnaval se inicien desde mediados de noviembre hasta el mes de febrero, celebrándose desde la fecha de inicio tres veces por semana e ncrementándose una vez cada mes. Esta fiesta sería abolida en plena revolución francesa para ser reinstaurada en año 1799.

"O Entrudo"

Entre las cosas que la reina Carlota Joaquina do Braganza llevó del Portugal a Brasil (mientras escapaba de la invasión napoleónica) estuvo el "entrudo", nombre con el que los lusitanos llamaban al carnaval, el mismo que consistía en una auténtica batalla campal que tenía por invariable munición al agua, diversos polvos y limoes do cheiro (limones de olor). Tiempo después, estos artículos fueron reemplazados por elementos más civilizados como el lanzaperfume.
Sin embargo, el verdadero precursor de lo que es hoy el carnaval fue un zapatero portugués llamado Zé Pereira, quien en 1846 introdujo la costumbre de animar el carnaval con zambombas y tambores en largas caminatas por las calles, seguido por alegres folioes (carnavaleros). Luego aparecería el carnaval do rua (carnaval de la calle), celebrado por los cordoes (grupos de carnavaleros). Costumbres estas que precedrían al desfile de las escuela de zamba en el célebre carnaval de Río.

Las mascaradas de Venecia


El de Venecia es sin duda uno de los carnavales con mayor traidición en Europa, nacido en el medioevo, conserva de aquel tiempo todo el encanto y fasto de las pintorescas y alegres comparsas que llenaban de colorido a la noble ciudad de los dux (antiguos gobernantes de la "Perla del Adrático").
"El príncipe vistiose de méndigo y el méndigo vistiose de príncipe; grande ridículo huniesen hecho quienes no los hubieran imitado"... comentaba Giacommo Casanova, el legendario aventurero veneciano de una mascarada en el palacio ducal. Mediaba entonces el siglo XVIII y los alegres venecianos no sólo cubrían sus rostros con un antifaz sino que se echaban agua entre ellos, ante el escándalo de los nobles señores del Véneto.

El siglo XIX traería consigo la irrupción de otros nuevos personajes enmascarados en la fista del carnaval, los protagonistas de la "Commedia dell Arte Italiana": Arlequín, Polichinela, Pierrot y Colombina.

Los carnavales limeños

En la pacata aunque opulenta capital del virreinato del Perú, donde campeaba la Santa Inquisición como defensora de la fe, convirtiendo en barbacoa a quien se atreviera a bailar con desenfado o proferir la menor crítica contra el rey "nuestro amo", no podía esperarse otra cosa sino que la belleza se velara tras la saya y el manto de la tapada y el ingenio se refugiase en el proverbial doble sentido de los limeños.
Sin embargo, a mediados del siglo XIX, con la llegada de la república, los cronistas de la época comienzan a hablar de batallas callejeras en las que se empleaban descomunales jeringas, donde la munición era invariablemente el agua. Podía verse entonces a una encopetada dama de la aristocracia limeña a la cabeza de un grupo de sirvientas; como a una matrona criolla, secundada por sus comadres, mojando a los airados citadinos.
Pocos recuerdan sin embargo a don Odone Razzeto, quien fue el primero en presidir estas fiestas, oficialmente en 1922, durante el oncenio del presidente Augusto B. Leguía. El escenario fue entonces el Paseo Colón, sí el ´hoy caótico paseo Colón, donde se eligió a la reina del carnaval por sufragio popular.
No obstante todo lo expuesto qué duda cabe que para el común de los mortales jugar por aquí a los carnavales es tirarle de globazos a quien se ponga en frente... a bañarlo con un refrescante aunque a veces no tan perfumado cubetazo... e incluso hasta tiznarlo de brea y aseptil... ¿disfraces, caretas, mascaradas?... ¡Bah! qué más da... para jugar al carnaval sólo es preciso contar con un balde de agua y ¡listo!... en fin... ¡qué viva el carnaval!... Ah por cierto... ¡No malgasten el agua carajooooo...!!! (este es un muy necesario agregado actual por si acaso...).
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