lunes, 4 de abril de 2011

GARRY OWEN

Tarde que temprano uno termina dándose cuenta de quienes son realmente los buenos y quienes los malos en esta vida, mientras tanto, hasta que llegue ese momento que ha de terminar por abrirnos los ojos por completo, nos seguirá alegrando el ver llegar de improviso al Séptimo de Caballería para acabar con los indios malvados que cargando en tropel, y ululando comos buenos sioux o cheyenes, pugnan por arrancarle la cabellera a los “carapalidas”… Obviamente, si es que a uno no le da lo mismo, algún día terminaremos por comprender que el Séptimo de Caballería no hacía sino conculcar los legítimos derechos de los pieles rojas a vivir en la pradera, bajo la bendición de Manitú, cazando bisontes, como lo venían haciendo desde que sus ancestros cruzaran el estrecho de Behring, mucho antes de que Colón la cagara descubriendo América, trayendo aquel sinnúmero de indeseables europeos que terminaron invadiendo el Nuevo Mundo, muchos en calidad de ilegales por cierto. Pero, ¿qué diablos me importaba eso a mí?... ¿acaso debía estar conciente de que como buen descendiente de chunchos, ashaninkas, campas, huitotos, o vaya saber Dios qué, los españoles vinieron a hacer aquí lo mismo que el Séptimo de Caballería en las praderas del Far West? Pues no, para efectos prácticos el Far West quedaba en los Estados Unidos de América… y yo por aquellos años me limitaba a ver en la tele como el teniente coronel George Armstrong Cooster, al frente de su brava columna de muchachos azules del Séptimo de Caballería hacía mierda a toda la indiada, sólo porque ésta no quería ir a morirse de hambre en la reservación, que tan gentilmente les había cedido el gran padre blanco de Washington. Y así, cuando “pelo amarillo” –que era como los indios llamaban a Cooster- abandonaba Fort Lincoln para vapulear a “Caballo Loco” y compañía, los hombres del Séptimo de Caballería iban cantando el himno del escuadrón: “Garry Owen” y uno se alegraba de lo lindo cuando los pobres pieles rojas caían de sus caballos, acertados por la infalible puntería de los winchesters o por los diestros sablazos de los casacas azules… cuando en conciencia, a quien en realidad debíamos hacerle barra era a los pobres indios de Norteamérica, tan afines a nosotros, los indios de Sudamérica… Sin embargo ahí estábamos todas las tardes nosotros en casa, disputándonos el hacer de cowboys durante nuestras escaramuzas infantiles, dejándole el deshonroso papel de indios a quienes no tenían la buena fortuna de que sus papis les compraran los consabidos pistolitas, sombreros y caballito de plástico. Y así fue como, cuando "Caballo Loco" y sus bravos le dieron su merecido a Cooster y a todos esos desalmados carapalidas en Litle Big Horn (fueron como 1800 indios contra 200 y pico de soldados), no celebramos la gran victoria de quienes con justicia hicieron valer –aunque temporalmente- sus derechos, sino que por el contrario, lloramos la muerte del teniente coronel Cooster, quien a la cabeza de su tropa de bravíos muchachos azules, emprendió el camino de la gloria eterna, al son del himno del legendario Séptimo de Caballería: Garry Owen… Y es que después de todo, si hubo algo que supieron hacer muy bien aquellos yankees desalmados, ello fue saber morir muy bien, como todos unos valientes, ante aquellos a los que tantas veces victimizaron… lo mismo que "Caballo Loco", "Toro Sentado" y "Gerónimo" (quienes al final terminaron mal muriendo en una de aquellas miserables reservaciones para indios)…



http://www.youtube.com/watch?v=nAAvhX6ta-U&feature=related



Garry Owen (letra)


No desmayéis hijos de Baco,

Uníos a mí jóvenes gallardos;

Venid y echad todos un trago,

Cantad y prestadme vuestra voz,

Para el momento del estribillo.



Coro



En vez de agua de la fuente

bebamos cerveza,

Travesura que en el acto pagaremos;

Nadie de Garry Owen a la cárcel irá por deudas

En este momento de gloria.

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