Una de las grandes ventajas de haber sido siempre reticente al gregarismo por el gregarismo ha sido no ser partícipe de huachaferías descomunales como las que ahora abundan por doquiera por obra y gracia de las redes sociales, aprovechando cualquier coyuntura mediática que se pudiera presentar.
Y bueno… acaso esté equivocado… cómo no… ya antes lo he estado.
Bueno pues, desde hace poco andaba escuchando aquello de “La hora del planeta”… que a cierta hora de la noche se iba a propiciar un “apagón voluntario” a fin de alinearse con el resto de la población mundial… cosa muy loable por cierto, pero bastante hipócrita y mucho menos práctica si vamos a decir la verdad.
¿Por qué? ¿Acaso esto de dejar de usar energía eléctrica por una hora va a hacer realmente que la gente cambie de opinión respecto al modo de alargar la vida de nuestro planeta tierra?
No lo creo, como no lo cree estoy seguro nadie que tenga sentido común o dos dedos de frente. Creo más bien que si todos nos pusiéramos de acuerdo en restringir el consumo de energía en nuestros hogares que no es nuestros centros de trabajo, la cosa sería harto distinta…
Yo aquélla noche no estaba en el trabajo, pero estaba haciendo mi trabajo, lo que el finalmente es lo mismo.
Por otro lado, no sabía del tema, ocupado como andaba documentándome con el fin de elaborar cierto articulejo y estar a la altura para enfocar el tema… cuando a eso de las ocho treinta de la noche se fue la luz…
-La P… M… dije entonces, carajo… ¿y ahora? Ni siquiera le había dado guardar al archivo… ¡Mela! Y ahora…
Lo primero que hice, recordando viejos tiempos fue granputear a sendero y al MRTA… salí entonces a indagar qué corcho había ocurrido, acaso finalmente sólo se debía a una pinche voladura de plomos…
Y entonces, al salir de casa, los vi a todos bien paraditos junto a la caja de luz… la señora doña Tirifila… con su pañoleta de siempre, los gestos airados y atronador vocinglero… más al costado el Dr. Chantada con el crío en brazos, “recién llegado como siempre, de atender uno de sus tantos casos” (razón por la cual siempre está impecable, de punta en blanco y nunca en mangas de camisa)… y finalmente la señora del primer piso, almidonada hasta el mostacho, quien considera un verdadero privilegio tener a su cuidado el jardín del edificio… todos en penumbras… cada uno con su velita…
-Señores buenas noches… ¿qué ha ocurrido?
-Nada joven es “La hora del planeta” y por decisión de todos los que vivimos en este edificio hemos visto por conveniente apagar todas las luces…
La verdad, en otras circunstancias me hubiera hecho el loco y hubiera dejado pasar la situación… pero no ese día, digo noche en la que para colmo, según veía, el único edificio de todo el conjunto habitacional en el que vivo respetaba “esa bendita hora del planeta”… yo tenía que entregar mi trabajo al día siguiente…
-Oiga joven, mañana es domingo y nadie trabaja…
-Bueno señora, para su información los periodistas sí trabajamos, domingos, feriados y hasta fiestas de guardar ¿sabe?
-Ay no… por favor… Dr. Chantada… que malacrianza –espetó la doña Cañona del edificio, secundada por sus comadres…
Pero que cara de los mil demonios habré puesto que nadie osó ponérseme enfrente, ni siquiera el gorilón pelmazo del Dr. Chantada, cuya esposa, tan gentil, cálida, fragante y regalona acababa de asomar muy pizpireta, asomando su arrecha humanidad… mirándolo horriblemente al impecable hombre de leyes, luego de guiñarme el ojo bizco…
Lo cierto es que luego de subir la llave de electricidad de mi piso y no dar siquiera las buenas noches, contrario a mi costumbre, me largué a hacer mi tarea, dejando alborotadas a las dignas señoras, quienes se llenaban la boca, repitiendo las mismas palabras… ¡Ay qué barbaridad!... ¡Ay que mala crianza!
Y así volví a sentarme a escribir con más ganas que antes, cortesía de las viejas brujas del edificio y finalmente terminé, la cosa salió mejor de lo que había planeado, como sucede cada vez que te joden y te ponen obstáculos y pude entregar al día siguiente mi nota… ¡Sobre el Día del Planeta!