domingo, 13 de junio de 2010

Fritz Walter y el milagro de Berna


El triunfo alemán después de la Segunda Guerra Mundial

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania quedó totalmente devastada, el precio que hubo de pagar esta nación a causa de la locura de Adolf Hitler y su deseo de dominar el mundo había sido muy alto. De este modo los alemanes tuvieron que trabajar casi sin descans para reconstruir su país. Nueve años después de concluir la guerra, la hazaña conseguida por el equipo alemán dirigido por el entrenador Sepp Herberger y capitaneado en la cancha por Fritz Walter sería la fuente de inspiración de la “nueva Alemania”.

Stalingrado, enero 31 de 1943. Un cuarto de millón de hombres del ejército alemán se rinden ante los soviéticos. La orden de Hitler ha sido resistir hasta el fin, pero el mariscal alemán Von Paulus ha visto ya demasiado horror, presenciando incluso como sus hombres se comían los cadáveres de sus compañeros para poder sobrevivir. Cercados por los rusos, y ante la perspectiva de ver morir a centenares de miles de compatriotas, Von Paulus decide desobedecer las órdenes del furher y se rinde.

Prisionero en Siberia
Entre los soldados que tiritan hambrientos ante el inclemente frío ruso, se encuentra el soldado Fritz Walter, quien al escuchar la noticia de la rendición de los suyos se lo hace saber a su compañero de trinchera:
-¿Oíste?, ¿oíste?, la pesadilla terminó, sin duda los “ruskis” nos harán prisioneros pero no tardaremos en volver a casa, ¿oíste, oíste?
Pero su compañero no podía escucharlo, al igual que otros miles de soldados, había muerto víctima del “general invierno”, el mismo del que se habían valido los rusos más de un siglo antes para derrotar a Napoleón. El soldado Walter ignoraba también que habría de pasar mucho tiempo hasta que lo dejaran regresar a Alemania, luego de permanecer dos años como prisionero de guerra en un campo de concentración en Siberia.
Así, al volver a su país, la escena dantesca que le presentaba la imagen de su país era en verdad estremecedora. Kaiserslautern, su ciudad natal, si bien había sufrido menos que otras ciudades alemanas los estragos de la guerra, ofrecía el triste espectáculo de los mendigos y los niños hambrientos. ¿Y ahora qué hago?, se decía, se empleó entonces como obrero y comenzó de nuevo, lo mismo que tantos otros.

Reconstruyendo a Alemania
Un día después del trabajo, los compañeros organizaron un partido de fútbol para divertirse. Para su sorpresa su dominio del balón seguía siendo el mismo que lo llevaría a ser considerado el volante creativo más prometedor de la selección alemana convocada por el técnico Herberger para disputar el frustrado mundial a disputarse en Alemania, en 1942. En 1940, los alemanes habían derrotado por 9 a 3 a la selección rumana, marcando Walter 3 goles.
Desgraciadamente, aquel mundial nunca se jugaría, la selección quedó disuelta y Walter, lo mismo que otros tantos talentosos jugadores debieron olvidarse la pelota para empuñar el fusil. Pero corría el año 1946 y todo ello había ya pasado, la gente que estaba alrededor del campo aplaudía sus jugadas y entonces se dio cuenta que el mejor modo de ayudar en la reconstrucción de su amada Alemania era jugando al fútbol.

El tío Sepp
Esta idea cobraría aún mucho más fuerza cuando un día recibió la visita del “tío” Sepp Herberger, su viejo entrenador en la selección alemana. Fue sin duda un emotivo reencuentro, en el que Herberger –conocido más por sus dotes de motivador que por ser un buen estratega- le dijo: “Fritz, vengo a pedirte tu ayuda para reconstruir Alemania y demostrarle a nuestra gente que podemos volver a ser respetados como nación; te vengo a pedir que me ayudes a devolverle la fe a los nuestros”.
De ese modo, Fritz Walter volvió a jugar al fútbol, figurando nuevamente en el quipo de su ciudad: El Kaiserslautern. Aunque no había competiciones oficiales, ya que el país en reconstrucción tenía prioridades más importantes, los clubes organizaban pequeños torneos a fin de mantener a sus jugadores en forma. Por fin, en 1949 el entrenador Herberger es nombrado oficialmente entrenador de la selección de Alemania Federal.

Alemania excluida del mundial
No había tiempo que perder. Se había anunciado la realización del primer mundial, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en Brasil. Comienza entonces a reclutar a sus antiguos jugadores y a otros nuevos que había ido descubriendo. El primero en ser convocado es Fritz Walter, quien siente el corazón dársele un vuelco ante la posibilidad de volver a vestir la camiseta de su selección.
Sin embargo, la FIFA emite un comunicado, trayendo por los suelos los sueños de Herberger, de Fritz Walter y de todos los jugadores alemanes: Alemania no participaría de las eliminatorias del mundial de fútbol debido a los hechos propiciados por esta nación, durante la Segunda Guerra Mundial, la cual había propiciado la muerte de millones de personas.

Triunfo alemán
Los alemanes dieron un profundo suspiro. Sin embargo el entrenador Herberger se encogió de hombros y con frío pragmatismo germánico dijo: “Mejor, así tendremos más tiempo para prepararnos y estar listos para el mundial de Suiza”. Aquel mismo año, luego de que Uruguay diera la vuelta olímpica ante Brasil en el Maracaná, el equipo alemán saltaba a la cancha en Sttugart ante el seleccionado suizo, frente a 115,000 alemanes que aquella tarde corearían el triunfo alemán por 1 a 0, obra del capitán Fritz Walter.
Alemania llegaría al mundial de Suiza luego de eliminar a Noruega y El Sarre (territorio alemán independiente). Los aficionados alemanes comenzaban a acostumbrarse a ver en el capitán Walter al hombre que transmitía las directivas del entrenador Herberger en la cancha, era en rededor de Walter que Alemania funcionaba a la perfección. Pero el equipo alemán tendría su prueba de fuego en el mundial de Suiza, frente al equipo sensación de aquella época: el valet húngaro, dirigido por Ferenc Puskas.

Los húngaros y Ferenc Puskas
Hungría llegaba a Suiza como el equipo favorito para alzarse con la copa del mundo. Hacía cuatro años que no perdía un partido. Además en torno a Puskas estaban otros jugadores no menos talentosos: Kocsis, Czibor, Hidegkuti y Budai. Para colmo, a los dirigidos por Herberger les tocaba bailar con la más fea: los húngaros habían sido incluidos en el mismo grupo de Alemania.
El entrenador alemán hizo cuentas y sacó en claro que había que tender una trampa a los húngaros. De nada le valía competir con ellos tratando de demostrar una superioridad futbolística que no tenían. Era más conveniente hacerlos sentirse tan seguros en su superioridad. Así, luego de derrotar a Turquía por un contundente marcador, los húngaros se vieron frente a los alemanes, entonces Herberger puso un equipo suplente, el cual fue derrotado como era previsible por los alemanes por una goleada de 8 a 3.

¡Desaparézcame a Puskas!
Los 50 mil aficionados alemanes que habían llegado a Suiza quedaron por completo decepcionados, ya nadie creía en la selección alemana… ni comprendían porque la estrella Fritz Walter se había resignado a quedarse en la banca. Herberger sólo sonreía enigmáticamente. Era verdad, los húngaros habían ganado, pero el DT alemán había hecho algo más, según cuenta la leyenda antes del partido que terminaría con derrota por 8-3 frente a los húngaros, dio una orden terminante a uno de sus dirigidos: el defensa Liebrich, a quien le había dicho: “Vaya donde Puskas y desaparézcamelo”. Al parecer, obediente y disciplinado como todo alemán, Liebrich cumplió con su misión y sacó de un feroz puntapié a Puskas de los cuartos de final y de la etapa semifinal del torneo.
Llegaron los partidos contra Austria y Yugoslavia y frente a ellos, los capitaneados por Walter volverían a alzarse con la victoria. Pero ¿qué había conseguido el entrenador alemán con la goleada que Hungría le había propinado a su equipo? Pues que los húngaros se confiaran creyéndose superiores a los alemanes, pero también que quedaran en primer lugar para que enfrentaran a las siempre peligrosas selecciones sudamericanas. Y así fue, los húngaros sufrieron para vencer tanto a brasileros como uruguayos; en tanto que Alemania se las vio más sencillas frente a austriacos y yugoslavos, quienes eran inferiores, técnicamente, a los sudamericanos en tanto la lesión de Puskas iba recrudeciendo.

La batalla de Berna
Así llegó la final. Los húngaros eran ampliamente favoritos, y lo pusieron de manifiesto adelantándose en el marcador por 2 a 0. Sin embargo, había otro factor que comenzaba a inclinarse a favor de los alemanes: desde muy tempranas horas del día, el cielo de la ciudad de Berna había comenzado a nublarse y había pronóstico de lluvia, la cual comenzó a caer sobre el gran gramado del estadio suizo.
A los pocos minutos la cancha era un lodazal y los húngaros no podían hacer ese juego de toque y habilidad que les era tan propio, sumándose a ello el desgaste físico del partido que habían debido jugar 48 horas antes en ese mismo estadio, frente a Uruguay, en un incidente que la historia registra como “La batalla de Berna”. Aquel encuentro había abundado en enfrentamientos y duelos verbales, con un saldo de dos expulsados por equipo y varios lesionados.

Alemania… ¡campeona del mundo!
Como se entiende, los húngaros estabas disminuidos físicamente y a los pocos minutos Alemania a través de Morlock y Rahn, conseguían el empate. El capitán Walter en tanto no bajaba los brazos, y él sólo competía en creatividad contra medio equipo húngaro, sirviendo pases al delantero Uwe Rahn, quien aprovechó uno de esos pases servidos como con la mano para poner el 3 a 2 sobre los 84 minutos del segundo tiempo.
Finalmente el árbitro pitó el término del encuentro. Nadie lo podía creer. Alemania, un equipo que había llegado sin brillo, pena ni gloria al mundial, había derrotado al sorprendente equipo húngaro. El milagro de Berna se había operado. Luego del horror de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes “volvían a ser una nación victoriosa gracias al fútbol”; gracias al entrenador Herberger y a su capitán Fritz Walter.
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