Es historia conocida. Perú no había comenzado haciendo una buena eliminatoria para el mundial de México 86. Había perdido su primer partido frente a Colombia por 1 a 0 en El Camping de Bogota, empatando con el mismo rival en Lima cero a cero y ganándole por la mínima diferencia a Venezuela a domicilio. Ante tan malos resultados, la dirigencia optó por hacer un cambio en el comando técnico; salió Moisés Barak para dar paso al “niño terrible” Roberto Challe, aquel ex volante de Universitario de Deportes, quien había sacado de quicio a los argentinos en la Bombonera, durante las eliminatorias para México 70.
Maradona y otros diez más
Los Cueto, Uribe, Barbadillo y Oblitas reaccionarían bien ante el cambio. Con Challe como director técnico lograron golear por 4 a 1 a los venezolanos. Pero ahora venía el verdadero problema, no sólo era Argentina a la que había que derrotar, eran, como se decía por aquel tiempo: “Maradona y otros diez tipos más”... Maradona nada menos. Ciertamente, después del mundial de España 82 en donde fue molido a patadas por Claudio Gentile de la selección italiana, Diego había conseguido demostrar en Europa, tanto en España como en Italia, todo lo que su genialidad futbolística era capaz de dar.
Ahora, Challe tenía frente a sí todo un reto: ¿a quién debía confiar la marca de Maradona?, ¿al patrón José Velásquez? De ningún modo, este último cumplía otras funciones en el equipo, había que recurrir a otro jugador. Primero pensó en Jorge Olechea, pero una inoportuna lesión lo sacó de sus planes. Entonces puso los ojos en el volante de Universitario Luis Reyna. Un jugador nada brillante, pero si muy cumplidor: “un cuatro pulmones”, de esos que te corren toda la cancha, recuperan pelota y se la pasan al compañero mejor ubicado.
¿Estarías dispuesto a marcar a Maradona?, preguntó Challe a Reyna, a quien por otro lado, lo único que le importaba era jugar: “Ponme donde quieras Roberto, lo que quiero es estar en el equipo”.
Los Cueto, Uribe, Barbadillo y Oblitas reaccionarían bien ante el cambio. Con Challe como director técnico lograron golear por 4 a 1 a los venezolanos. Pero ahora venía el verdadero problema, no sólo era Argentina a la que había que derrotar, eran, como se decía por aquel tiempo: “Maradona y otros diez tipos más”... Maradona nada menos. Ciertamente, después del mundial de España 82 en donde fue molido a patadas por Claudio Gentile de la selección italiana, Diego había conseguido demostrar en Europa, tanto en España como en Italia, todo lo que su genialidad futbolística era capaz de dar.
Ahora, Challe tenía frente a sí todo un reto: ¿a quién debía confiar la marca de Maradona?, ¿al patrón José Velásquez? De ningún modo, este último cumplía otras funciones en el equipo, había que recurrir a otro jugador. Primero pensó en Jorge Olechea, pero una inoportuna lesión lo sacó de sus planes. Entonces puso los ojos en el volante de Universitario Luis Reyna. Un jugador nada brillante, pero si muy cumplidor: “un cuatro pulmones”, de esos que te corren toda la cancha, recuperan pelota y se la pasan al compañero mejor ubicado.
¿Estarías dispuesto a marcar a Maradona?, preguntó Challe a Reyna, a quien por otro lado, lo único que le importaba era jugar: “Ponme donde quieras Roberto, lo que quiero es estar en el equipo”.
¿Dónde carajo está Diego?
Llegó así el día del partido: domingo 23 de junio de 1985, el estadio Nacional colmado en sus cuatro tribunas. Maradona con la banda de capitán lucía condescendiente estrechando las manos de los jugadores peruanos. En realidad reinaba el entusiasmo entre los argentinos, venían de ganarle a Colombia por 3 a 1 en su casa y aparentemente el equipo peruano no era el mismo de México 70 y ni que hablar de Argentina 78 o si quiera el de España 82.
Una vez que sonó el silbato del árbitro, los jugadores argentinos comenzaron a pasarse la pelota entre ellos desconcertados, ¿dónde carajo estaba Diego? Decían sin saber que hacer. Buscaron entonces la camiseta albiceleste número 10 y la encontraron, sí, y junto a ella pegada como una estampilla, no dejando ni siquiera respirar a Maradona, la camiseta blaquirroja número 17. ¿Quién es ese tipo?, rumiaban los jugadores Valdano, Rugeri y Batista.
“Hasta La Habana me siguió el hijo de puta”
Aquel día un oscuro jugador del club Universitario de Deportes pasaría a la posteridad por haber reducido a la impotencia a Maradona, quien no pudo hilvanar una sola de sus geniales jugadas. La zurda prodigiosa “del diez” no apareció durante todo el partido, sin embargo Reyna no le cometió una sola infracción, fue una marca pegajosa pero leal. De ese modo, maniatado el cerebral jugador argentino, los peruanos lograron imponerse a los rioplatenses por un gol a cero, obra de Juan Carlos Oblitas.
El resto es historia conocida. El partido de vuelta sería empatado por Argentina faltando ocho minutos para terminar el partido y los albicelestes se alzarían con la copa del mundo en México 86, siendo aquel el inició una larga ausencia de Perú en los mundiales, la cual se prolonga hasta la actualidad.
Pasaron los años y Maradona recordó la marca que le hizo Reyna en su libro “Yo soy el Diego”: “Aquel muchacho me siguió hasta el baño, ¡una cosa de locos viejo! En una jugada pisé mal y salí de la cancha, para que me viera el doctor. ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví se me paró otra vez al lado. Me hablaba, me hablaba... Cada uno hace lo que puede, pero éste muchacho se pasó de la raya... Me pegaba trompadas también... Que bárbaro ese Reyna... Y pensar que a Cuba me llegó una pelota firmada por todos los futbolistas peruanos, deseándome la recuperación y estaba la de él también... Hasta La Habana y a los 40 años me siguió el hijo de puta”.
Aquel día un oscuro jugador del club Universitario de Deportes pasaría a la posteridad por haber reducido a la impotencia a Maradona, quien no pudo hilvanar una sola de sus geniales jugadas. La zurda prodigiosa “del diez” no apareció durante todo el partido, sin embargo Reyna no le cometió una sola infracción, fue una marca pegajosa pero leal. De ese modo, maniatado el cerebral jugador argentino, los peruanos lograron imponerse a los rioplatenses por un gol a cero, obra de Juan Carlos Oblitas.
El resto es historia conocida. El partido de vuelta sería empatado por Argentina faltando ocho minutos para terminar el partido y los albicelestes se alzarían con la copa del mundo en México 86, siendo aquel el inició una larga ausencia de Perú en los mundiales, la cual se prolonga hasta la actualidad.
Pasaron los años y Maradona recordó la marca que le hizo Reyna en su libro “Yo soy el Diego”: “Aquel muchacho me siguió hasta el baño, ¡una cosa de locos viejo! En una jugada pisé mal y salí de la cancha, para que me viera el doctor. ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví se me paró otra vez al lado. Me hablaba, me hablaba... Cada uno hace lo que puede, pero éste muchacho se pasó de la raya... Me pegaba trompadas también... Que bárbaro ese Reyna... Y pensar que a Cuba me llegó una pelota firmada por todos los futbolistas peruanos, deseándome la recuperación y estaba la de él también... Hasta La Habana y a los 40 años me siguió el hijo de puta”.