domingo, 25 de abril de 2010

EL DÍA QUE "MATARON A LOS DIOSES"

Estoy seguro que más de uno de haber ido al cine a ver “Furia de Titanes” (¡Mostra!... ¿no?, aunque me quedo con la versión de los ochentas)… qué prácticos que eran en los viejos griegos y romanos, ellos no se hacían problemas con la moral, sus más sublimes pecados tenían un santo patrono (por así decirlo) en el Olimpo… así, tenían un dios para chupar (Dionisios-Baco), uno para hacer la guerra (Ares-Marte), otra para la venganza (Némesis) y otra hasta para “tirar” (la player de Venus-Afrodita). Bueno, sepan ustedes que en su época, así como se llegó a condenar a suplicio a los cristianos, también se hizo lo propio con los paganos que “tiraban en honor a Venus”…
(Magazine /Año 3 – Nº 10/Febrero de 2004)

El Martirio del Paganismo

Los altares católicos están poblados de una enorme masa de hombres y mujeres piadosos quienes conquistaron un lugar en el santoral debido a su abnegación en defensa de la fe. Entre aquellos destacan los que fueron sometidos a suplicio durante las persecuciones del Imperio Romano. Sin embargo, cuando el cristianismo se impuso como credo oficial, fueron otros los perseguidos y martirizados: aquellos que fieles también a sus convicciones siguieron guardando culto por las deidades de Olimpo… Júpiter, Marte o Venus: aquellos fueron los mártires paganos.

Una de las diversiones favoritas de los antiguos romanos era asistir al circo para ver cómo las fieras devoraban a indefensos hombres, mujeres y niños. Aquellos a quienes se condenaba a tal suplicio habían sido declarados “enemigos del Imperio”, pues su fe les impedía hacer sacrificios a los dioses, protectores de la nación; del mismo modo se negaban a pelear contra los bárbaros que amenazaban sus fronteras y es que uno de los principios fundamentales de aquellos sectarios era que “debían amar al prójimo como a sí mismos” y el crucificar o pasar por la espada al enemigo era algo que estaba en contra de sus convicciones.

In hoc signum vinces
Sin embargo, hacia el año 312, la situación apurada en la que se encontraba el emperador Constantino, poco antes de la batalla del “Puente Milvio”, lo movió a invocar en su ayuda al Dios de los cristianos, luego de tener una visión en los cielos: una cruz resplandeciente con las palabras: “In hoc signum vinces” (con este emblema vencerás, una patraña en realidad, urdida por el propio emperador para animar a la mayor parte de su ejército, que profesaba el cristianismo). Victorioso en el campo de batalla, Constantino promulgó el “Edicto de Milan”, que concedía a los cristianos el libre ejercicio de su culto, poniéndolos en igualdad de condiciones que los seguidores del antiguo culto romano.
Desde aquel momento, los viejos dioses del Panteón Olímpico comenzarían a pasar lentamente al olvido. Fue entonces que los antiguos perseguidos se tornaron en perseguidores y si los cristianos hubieron de llorar a sus mártires en otros tiempos, los seguidores del viejo culto no iban a sufrir menos en lo sucesivo.
Sabia como Atenea...
“Sabia como Pallas Atenea y bella como Afrodita”: Tal era el modo en que sus seguidores hablaban de la talentosa Hypatia en Alejandría; enseñaba filosofía platónica y era también una excelente matemática y astrónoma; junto con ella defendía con pasión la creencia en los dioses de Olimpo, cosa que se hacía intolerable para los fanáticos cristianos en aquella zona del antiguo Egipto, donde la inmoralidad manifestada en ciertos cultos, especialmente en el de Afrodita, iba a la par con el desbordamiento de los sentidos, la mutilación voluntaria y otras crueldades. De ese modo, durante uno de los tumultos que solían producirse a diario en Alejandría; Hypatia fue atacada por una turba de exaltados que la arrastraron a una iglesia y allí la asesinaron cruelmente.

Por aquel mismo tiempo un sacerdote de Júpiter en Corinto describía con crudeza como se comportaban los cristianos fanáticos, quienes asesinaban impunemente a sus compañeros de culto en sus propios templos. La cosa no iría sino empeorando conforme la doctrina cristiana ganaba adeptos. Hacía el año 392, el emperador Teodosio no toleraría más que una sola religión en el imperio: todos los templos paganos fueron cerrados por orden imperial, de suerte que los dioses tenían como única compañía a las lechuzas, según se lamentaba un viejo romano.

El final
Teodosio prohibió también sacrificar animales inocentes a los “ídolos sordos y mudos”, hacer libaciones y quemar incienso en homenaje a los penates y otros dioses tutelares. “Toda casa que no cumpla dichas disposiciones pertenecerá al estado”, rezaba un decreto. En el año 394, finalmente, fueron prohibidos los juegos olímpicos –celebrados para honrar a los dioses de Olimpo. De este modo, la fuente de la belleza antigua se secaba. Símbolo de esta época son las últimas frases pronunciadas por el oráculo profético de Apolo en la ciudad de Delfos. He aquí la respuesta que recibió el enviado del emperador Juliano, al consultar al oráculo:

“El célebre templo es un montón de ruinas,
Es todo lo que queda de la mansión de Apolo:
El laurel profético ha desaparecido,
La fuente de la profecía se calla
Desde que el agua rumorosa se ha agotado”.
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