A la Venus de Chaclacayo...
Solía decir “El Principito” que lo esencial es invisible a los ojos”… hermosas palabras, pero… valgan verdades, hasta el más ascético de los hombres y mujeres de este mundo –y por amor de Dios… dejémonos de hipocresías- ha sucumbido ante el demonio encarnado de la belleza, a todos nos ha pasado lo mismo… incluso quienes han tenido la gracia de poblar el santoral como a los que no, pese al sílice y a todas las mortificaciones habidas y por haber de que hacían y hacen uso aún ahora quienes –como detalla Dan Brown en un celebrado Best Seller- pretenden huir de la tentación de la carne, para estar más próximos de la belleza del espíritu (¡pamplinas!... como diría la abuelita).
Belleza y pecado
Afrodita, siendo toda una diosa olvidó su condición de tal y se enamoró perdidamente de un mortal: el sumamente apuesto Adonis… ni hablar de Zeus que cada vez que podía escapaba (convertido en toro o lluvia dorada) del argos de la histérica de Juno a fin de darse ciertos placeres ultraterrenales con las más hermosas y legendarias mujeres de la Magna Grecia… el muy zascandil.
Pero no siempre ser amada por los dioses hizo felices a las bellas… por culpa de Poseidón, quien le hizo el amor en el templo de Atenea, la hermosa Medusa quedó convertida en una horrorosa visión. La vana Casiopea, reina de Etiopía ve castigada su blasfemia de pretender ser más hermosa que las Nereidas siendo obligada a entregar a su hija al Kraken. ¿Pero qué hacía -y aún hace pecar- por igual y con tanto ahínco a dioses y mortales?... ¿de no haber sido ellas tan bellas, hubieran ellos procedido igual?
¿Se hubiera perdido el paraíso por una Eva –a despecho de haber podido ser ella la única que estaba disponible en el edén?- ¿se hubiera perdido Troya por culpa de Elena? o ¿hubiera podido el piadoso rey David ser capaz de un acto tan despreciable como apoderarse del amor de de la bella Betsabé, mandando a asesinar a su marido?
Belleza y pecado
Afrodita, siendo toda una diosa olvidó su condición de tal y se enamoró perdidamente de un mortal: el sumamente apuesto Adonis… ni hablar de Zeus que cada vez que podía escapaba (convertido en toro o lluvia dorada) del argos de la histérica de Juno a fin de darse ciertos placeres ultraterrenales con las más hermosas y legendarias mujeres de la Magna Grecia… el muy zascandil.
Pero no siempre ser amada por los dioses hizo felices a las bellas… por culpa de Poseidón, quien le hizo el amor en el templo de Atenea, la hermosa Medusa quedó convertida en una horrorosa visión. La vana Casiopea, reina de Etiopía ve castigada su blasfemia de pretender ser más hermosa que las Nereidas siendo obligada a entregar a su hija al Kraken. ¿Pero qué hacía -y aún hace pecar- por igual y con tanto ahínco a dioses y mortales?... ¿de no haber sido ellas tan bellas, hubieran ellos procedido igual?
¿Se hubiera perdido el paraíso por una Eva –a despecho de haber podido ser ella la única que estaba disponible en el edén?- ¿se hubiera perdido Troya por culpa de Elena? o ¿hubiera podido el piadoso rey David ser capaz de un acto tan despreciable como apoderarse del amor de de la bella Betsabé, mandando a asesinar a su marido?
¿Todos somos iguales?
Pero a fin de no caer en anacronismos rayanos en el machismo, habría que hacer extensivo el tan manido concepto de igualdad a ellas y más en estos tiempos en los que las damas han ganado tanto terreno, para bien y para mal, de tal modo que más que un oprobio, decir que ambos estamos cortados por la misma tijera o que “cojeamos del mismo pie” es una reivindicación de género… ellas también miran, ellas también codician... de frente o de soslayo, lo mismo que nosotros, al exquisito objeto de su adoración, sobre todo cuando hay mucho que mirar.
Por todos estos motivos la belleza, según como se vea… puede ser un don, un patrimonio, una aspiración, un privilegio y hasta una condición prodigada no siempre por la naturaleza, pero siempre sensible a los sentidos.
El David y La Gioconda
Pero la belleza (“la…” por algo tiene nombre femenino) es a cual más veleidosa… lo prueba el hecho que no siempre hemos visto a la belleza con los mismos ojos. A título personal debo confesar por ejemplo -ahora me atrevo- que “La Gioconda” nunca me pareció nada bonita (peor ahora que se ha sugerido que es en realidad el autorretrato de Leonardo), más allá de que pareciera hacerse la interesante, con esa cara de traerse algo entre manos. Desde ese punto de vista, la versión de “La Gioconda de Fernando Botero me parece mucho más “nice” –como se estila decir ahora…
Creo que con la Venus de Milo, y en realidad con todo el legado escultórico grecorromano ocurre algo distinto… aunque sin brazos -discapacitada en buena cuenta-… ella es sobria y solemnemente hermosa, tal y como sale en las enciclopedias… como lo es El Partenón, o “El David” del Renacimiento, a quienes no pocos le han desmerecido méritos debido a que no muestra mayores atributos de belleza donde precisamente debía mostrarlos… olvidando que en Grecia se solía considerar más hermosos a los “hombres menos protuberantes” por decirlo de algún modo, obsérvese sino las esculturas de Hércules y la del propio Zeus olímpico (léase “estilo colibrí).
El peso de la belleza
Pero si miramos un poco más hacia atrás, en plena prehistoria, nos daremos con que los hombres de la edad de piedra se sentían más atraídos por aquellas mujeres que los excedían en volumen, ¿acaso por razones prácticas como evitar los rigores del frío o cualquier otro motivo vinculado a la supervivencia?
Vamos… no hay que ser tan mezquinos con nuestros antepasados, a ellos les gustaban gorditas por otros motivos, ahí está la Venus de Willendorf, con sus sobredimensionados atributos físicos, testimonio de aprecio que da cuenta que había mucho más que “amor por los chicharrones”.
Ahora bien, ¿pensaban los hombres del siglo XVII igual que los de la Edad de Piedra?, ¿retrocedieron tanto en sus gustos que volvieron a los usos de la prehistoria? Pues nos parece que no, sencillamente las damas voluminosas se pusieron de moda o acaso tenían más que mostrar para los artistas de la época, como lo atestigua en su obra Pedro Pablo Rubens (algunas de cuyas obras eran adquiridas según se ha llegado a decir para satisfacer los placeres onanistas (“El rapto de las hijas de Leucipo”).
Obviamente, ninguna de esas bellezas flamencas, acaso no tan desmesuradamente entradas en carnes como las de la Edad de Piedra, no podrían desfilar por las pasarelas ostentando los diseños exclusivos de Armani o Carolina Herrera. Pero por entonces no cabe duda de los súbitos accesos de lujuria que despertarían las rollizas y sobrealimentadas ninfas de aquellas obras de arte.
Todo ello serían razones suficientes y de peso para que los padres de la iglesia comenzaran a contemplar que el pecado de la gula y sus consecuencias -expresado en la abundancia de carnes de aquellas féminas- era un acto venial digno de los peores castigos del infierno… que, como sabemos –lo mismo que el cielo y el purgatorio- está en la tierra y así el castigo venía por partida doble para aquella que era condenada… primero, en lo sucesivo no podía seguir refocilándose con los placeres de una buena mesa y segundo, debía renunciar a verse bella y servir de modelo a Rubens... acaso una tercera razón… tal vez la más importante… el que una vez perdida su belleza ya no se vería honrada ni mucho menos amada; un modo harto distinto de pensar al de hoy en que tanto hombres como mujeres hacen prodigios para cuidar la línea… y “les llega” pecar de gula o… lujuria…
De cualquier modo, la belleza como la poesía, la música o cualquier aspecto de la vida sensible a los sentidos es algo sumamente subjetivo y bien vale concluir aquí con aquel añejo y no menos sabio aforismo… “de gustos y colores no han escrito los autores” y además, por último como dice el Principito… “Lo esencial es invisible a los ojos”, es decir... ¡Total!
Pero a fin de no caer en anacronismos rayanos en el machismo, habría que hacer extensivo el tan manido concepto de igualdad a ellas y más en estos tiempos en los que las damas han ganado tanto terreno, para bien y para mal, de tal modo que más que un oprobio, decir que ambos estamos cortados por la misma tijera o que “cojeamos del mismo pie” es una reivindicación de género… ellas también miran, ellas también codician... de frente o de soslayo, lo mismo que nosotros, al exquisito objeto de su adoración, sobre todo cuando hay mucho que mirar.
Por todos estos motivos la belleza, según como se vea… puede ser un don, un patrimonio, una aspiración, un privilegio y hasta una condición prodigada no siempre por la naturaleza, pero siempre sensible a los sentidos.
El David y La Gioconda
Pero la belleza (“la…” por algo tiene nombre femenino) es a cual más veleidosa… lo prueba el hecho que no siempre hemos visto a la belleza con los mismos ojos. A título personal debo confesar por ejemplo -ahora me atrevo- que “La Gioconda” nunca me pareció nada bonita (peor ahora que se ha sugerido que es en realidad el autorretrato de Leonardo), más allá de que pareciera hacerse la interesante, con esa cara de traerse algo entre manos. Desde ese punto de vista, la versión de “La Gioconda de Fernando Botero me parece mucho más “nice” –como se estila decir ahora…
Creo que con la Venus de Milo, y en realidad con todo el legado escultórico grecorromano ocurre algo distinto… aunque sin brazos -discapacitada en buena cuenta-… ella es sobria y solemnemente hermosa, tal y como sale en las enciclopedias… como lo es El Partenón, o “El David” del Renacimiento, a quienes no pocos le han desmerecido méritos debido a que no muestra mayores atributos de belleza donde precisamente debía mostrarlos… olvidando que en Grecia se solía considerar más hermosos a los “hombres menos protuberantes” por decirlo de algún modo, obsérvese sino las esculturas de Hércules y la del propio Zeus olímpico (léase “estilo colibrí).
El peso de la belleza
Pero si miramos un poco más hacia atrás, en plena prehistoria, nos daremos con que los hombres de la edad de piedra se sentían más atraídos por aquellas mujeres que los excedían en volumen, ¿acaso por razones prácticas como evitar los rigores del frío o cualquier otro motivo vinculado a la supervivencia?
Vamos… no hay que ser tan mezquinos con nuestros antepasados, a ellos les gustaban gorditas por otros motivos, ahí está la Venus de Willendorf, con sus sobredimensionados atributos físicos, testimonio de aprecio que da cuenta que había mucho más que “amor por los chicharrones”.
Ahora bien, ¿pensaban los hombres del siglo XVII igual que los de la Edad de Piedra?, ¿retrocedieron tanto en sus gustos que volvieron a los usos de la prehistoria? Pues nos parece que no, sencillamente las damas voluminosas se pusieron de moda o acaso tenían más que mostrar para los artistas de la época, como lo atestigua en su obra Pedro Pablo Rubens (algunas de cuyas obras eran adquiridas según se ha llegado a decir para satisfacer los placeres onanistas (“El rapto de las hijas de Leucipo”).
Obviamente, ninguna de esas bellezas flamencas, acaso no tan desmesuradamente entradas en carnes como las de la Edad de Piedra, no podrían desfilar por las pasarelas ostentando los diseños exclusivos de Armani o Carolina Herrera. Pero por entonces no cabe duda de los súbitos accesos de lujuria que despertarían las rollizas y sobrealimentadas ninfas de aquellas obras de arte.
Todo ello serían razones suficientes y de peso para que los padres de la iglesia comenzaran a contemplar que el pecado de la gula y sus consecuencias -expresado en la abundancia de carnes de aquellas féminas- era un acto venial digno de los peores castigos del infierno… que, como sabemos –lo mismo que el cielo y el purgatorio- está en la tierra y así el castigo venía por partida doble para aquella que era condenada… primero, en lo sucesivo no podía seguir refocilándose con los placeres de una buena mesa y segundo, debía renunciar a verse bella y servir de modelo a Rubens... acaso una tercera razón… tal vez la más importante… el que una vez perdida su belleza ya no se vería honrada ni mucho menos amada; un modo harto distinto de pensar al de hoy en que tanto hombres como mujeres hacen prodigios para cuidar la línea… y “les llega” pecar de gula o… lujuria…
De cualquier modo, la belleza como la poesía, la música o cualquier aspecto de la vida sensible a los sentidos es algo sumamente subjetivo y bien vale concluir aquí con aquel añejo y no menos sabio aforismo… “de gustos y colores no han escrito los autores” y además, por último como dice el Principito… “Lo esencial es invisible a los ojos”, es decir... ¡Total!